por Monseñor Nitocás Tucoño
Hace ya un tiempo, en un pueblito perdido en una llanura española, el cura (que ya llevaba casi 20 años encargado de la parroquia de ese pueblo) estaba a punto de empezar su misa dominical. Apoyado firmemente en su púlpito se le notaba enojado.
Con gruesa voz comienza a decir:
"Este sermón os lo voy a dedicar a algunos de vosotros, ladrones, pues ayer sábado me habeis robado la bicicleta. En este pequeño y pobre pueblo, casi olvidado, me habeis robado la bicicleta. ¡A mi, que desde hace tanto tiempo me dedico con todas mis energías a traer la palabra del Señor! Parece que no habeis aprendido los 10 mandamientos que con tanto rigor os he enseñado"
El público estaba petrificado, se miraban unos a otros sin poder comprender.
"El primer mandamiento dice que amareis a Dios por sobre todas las cosas. Y Uds no aman a Dios ni ha nadie porque si me robais la bicicleta a mi, su pastor, no amais a nadie."
"El segundo mandamiento dice que no usarás el nombre de Dios en vano; pero quien roba, reniega de Dios."
"El tercer mandamiento dice que santificarás el domingo como día del Señor. Pero que día del Señor ni que carajo que hoy en vez de misa os debo dar este sermón."
"El cuarto mandamiento dice que honrarás a tu padre y a tu madre, cosa que vosotros no habeis hecho pues me habeis robado la bicicleta, ladrones de mierda, y vuestros padres no os deben de haber enseñado a robar."
"El quinto mandamiento dice no matarás y Uds, al robar mi bicicleta, indirectamente me están matando, pedazo de unos hijos de puta, pues me haceis ir caminando hasta la otra congregación a dar misa."
"El sexto mandamiento dice no fornicarás."
El cura quedó en silencio, pensativo, por unos segundos y luego, golpeándose la frente dijo: "¡Ya está! ¡Ya me acordé donde dejé la bicicleta!"
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