por Monseñor Nitocás Tucoñoco
La multitud estaba reunida y expectante; las pancartas desplegadas; cada tanto se escuchaban cánticos como: "Cristianos, unidos, jamás serán vencidos", "¡Arriba los que rezan, arriba los que rezan!".
En eso sube al estrado, para dirigir la palabra, el secretario general de la congregación, un barbudo llamado Jesús.
- ¡Compañeros! (gritos y aplausos) ¡Compañeros! ¡Bajen las pancartas, compañeros!
La multitud agitaba sus banderas y aplaudía con vigor.
- ¡Compañeros! Recién terminamos la reunión bipartita con la patronal, compañeros. (gritos y aplausos) Y gracias a la presencia en la calle de todos ustedes, que de manera organizada y militante han acompañado nuestros reclamos ... ¡hemos conseguido firmar un preacuerdo con la patronal, compañeros!
La multitud delira y aplaude, recomenzando los cánticos.
- Y fruto de esa lucha hemos logrado algunos avances, compañeros. Así que tengo dos noticias para darles: una buena y una mala
La multitud, sin siquiera haberse organizado previamente, pide a gritos, de manera unánime, que empiece con la buena.
- ¡Compañeros! La buena es que fruto de la lucha de todos los días ... ¡¡LOS MANDAMIENTOS LOS BAJARON DE QUINCE A DIEZ!!
Nunca la multitud aplaudió tanto; los tambores repicaban por doquier. Cuando el bochinche comenzaba a apagarse se escucha una voz al costado del estrado que pregunta:
- ¿Y la mala?
- La mala compañeros es que lo de la mujer del prójimo queda, nomás.
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