por Piolín de macramé
El médico es el profesional al que llamamos para que confirme el diagnóstico que previamente nos hemos hecho.
Si coincide con nosotros, nos preguntamos porqué lo hemos llamado; si no coincide, dudamos de su valor.
Si nos receta, pensamos que es mejor que el organismo se defienda solo.
Si no nos receta, pensamos cómo es que se nos va a pasar la enfermedad.
Cuando nos curamos, nos enorgullecemos de nuestra naturaleza.
Cuando nos empeoramos, maldecimos la torpeza del médico.
Si el médico es joven, decimos que no puede tener experiencia.
Si es viejo, que no debe estar actualizado.
Si sabemos que va al teatro, que no se da tiempo para estudiar.
Si no sabe nada de teatro, que es un unilateral, que desconoce la vida.
Si se viste bien, que quiere nuestro dinero para lujos.
Si se viste mal, que no trabaja porque no sabe nada.
Si viene varias veces, pensamos que acrecienta las visitas porque quiere aumentar sus honorarios.
Si viene discretamente, que abandona al enfermo.
Si nos explica lo que tenemos, que nos quiere sugestionar.
Si no nos explica, que no nos considera suficientemente inteligentes para entenderlo.
Si nos atiende enseguida, creemos que no tiene pacientes.
Si nos hace esperar, que no tiene método.
Si nos da el diagnostico de inmediato, que nuestro caso es fácil.
Si tarda en dárnoslo, que carece de ojo clínico.
El médico es el máximo pretexto de nuestra disconformidad.
Esto fue publicado en el Libro OH! del Dr. Florencio Escardó en 1957 con el seudónimo Piolín de Macramé. Florencio Escardó nació en Mendoza, Argentina, en 1904.
Fue un destacado pediatra y sanitarista. Egresó de la Facultad de Medicina de Buenos Aires en 1929 de la que fue Decano en 1958 y luego Vicerrector de la Universidad de Buenos Aires. Cincuenta y dos años después conserva tal vigencia que EL PIS lo transcribe sin retoques.
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