por M. Goroztiaga de Alvarenga
Yo tengo varios amigos. Uno de ellos, Esteban, me contó que un día recibió una llamada de teléfono, anónima, avisándole que su esposa le engañaba casi todos los días con uno de sus mejores amigos: Héctor.
Al otro día al salir de la casa no se va a trabajar y se queda espiando desde la esquina.
Un rato después ve llegar a su amigo Héctor (un tipo bien atlético, con guita) en su auto, un BMW último modelo. Como siempre: buena pinta, bien vestido y con un ramo de flores en la mano. Toca timbre mientras se arregla el cuello de la camisa italiana que usaba. Desde lejos Esteban ve que su mujer abre la puerta y lo hace entrar rapidamente.
Esteban corre hacia su casa, abre la puerta silenciosamente y se acerca hasta el dormitorio. Espiando por la puerta semiabierta ve que su mujer lo había esperado usando unas sábanas de raso carísimas.
Héctor se saca la chaqueta revelando unos hombros anchos y poderosos. La mujer lo besa apasionadamente mientras le quita los zapatos.
Esteban no sabe qué hacer, solo atina a seguir espiando. Héctor se saca la camisa de seda natural evidenciando un torso musculoso y un abdomen trabajado, sin una gota de grasa.
La esposa se quita la pollera dejando al descubierto sus piernas y nalgas llenas de celulitis y varículas, de las que se queja siempre, y acaricia con locura a Héctor.
Héctor se saca los pantalones mostrando piernas perfectas y un bulto que apenas puede tapar su boxer de lycra.
La mujer se saca rápidamente la blusa; su vientre está lleno de las estrías que la acompañaron desde su segundo embarazo; los pechos flácidos, le cuelgan casi hasta el ombligo.
Esteban no puede más y escondiendo su cara entre sus manos apenas logra murmurar:
"¡La puta madre! ¡Qué verguenza estoy pasando frente a Héctor!"
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